Namaste, T-Man

Releo las palabras que le escribí hace casi cuatro años, una despedida, un cierre simbólico y una especie de promesa de que su trabajo, su esfuerzo y su ilusión no se iban a esfumar. 

Han sido cuatro años en los que la promesa se ha vuelto proyecto y pronto el proyecto será una realidad. Gracias a cada una de las personas que estáis apoyándonos para que sea posible. 


Hace un año que te conocí. Y hace seis meses, justo antes de irme de Sierra Leona, nos sentamos en el Q-Bar, mirando al mar y haciendo planes sobre yoga en Sierra Leona.

Me contaste que te habían invitado a “The Place”, probablemente el mejor hotel de Sierra Leona, delante del mar, y que allí habías dado clase de yoga a un grupo de corredores extranjeros. Pero también dabas clases gratuitas en el hospital psiquiátrico, o en las comunidades con pocos recursos de Freetown.

Yo fui a tus clases, me gustaba poder ir a clase de yoga estando tan lejos de casa. Se sudaba mucho en ese estudio en el estadio nacional. Allí hice por primera vez acro-yoga. Tú me subiste a hacer el pino con los hombros en tus manos. Me subí en tus pies a hacer el “avión”, me mirabas y te reías. Me decías que no tuviera miedo. Nos reunimos varias veces para hablar de la continuidad del yoga en Sierra Leona. Y hasta me dejaste dar una clase en el estudio.

Cuando viniste a Kabala hiciste que a los chicos y chicas a los que yo había estado dando clase definitivamente el yoga les enganchara. Tenías una visión de lo que podía ser el yoga en Sierra Leona: una mezcla entre ganar dinero dando clases a personas que pudieran permitírselo y regalarlo a los necesitados y la comunidad.

También soñabas con crear un “campamento de yoga” en lo alto de la montaña en Kabala. Y que viniera gente de todo el mundo a los “yoga safaris” en los que recorrerían Sierra leona practicando yoga en distintos lugares…todo al final repercutiría en la comunidad: consumo en los bares, estancia en hoteles y hostales, el transporte, compras en mercados, pero sobre todo, en los jóvenes que formaríamos para ser profesores de yoga.

Mientras estos sueños crecían, no sólo en tu cabeza, sino también en la realidad, porque cada vez más gente te contactaba, cada vez más gente acudía a tu clase en la playa los domingos, cada vez más personas creían que el sueño del yoga en este pequeño país podía convertirse en realidad, también crecía el número de afectados por ébola en los países vecinos.

Y llegó a Sierra Leona. Ya no es fácil moverse. Las clases no se pueden hacer. Las entradas de extranjeros por turismo se han paralizado. Hay más de 7000 personas afectadas en un país de 6 millones. La situación es desesperada y desesperante, porque no se ha escuchado hasta que no se ha hecho demasiado grande y porque ha hundido todavía más un sistema de salud deficitario.

Y ahora tú te has ido, quizás a causa de que los hospitales en Sierra Leona no siempre ayudan. Tu fuerza, tu forma de hablar, como si estuvieras afónico. Tu sonrisa al final de la clase. Te has marchado con 34 años, con toda la energía y las ganas que alguien que estaba empezando a despegar puede tener. Después de una infancia manchada por la guerra. Después de vivir en la pobreza. Ahora que abrías la puerta del estudio de “Yoga Strength Sierra Leone” y te seguíamos en tus movimientos. Ahora que en el hospital psiquiátrico entendían lo beneficioso de la práctica. Ahora que un grupo de jóvenes del interior empiezan a enamorarse del yoga y de tu forma de hacer. Ahora te has ido. Pero queda tu legado. Hay un camino que has abierto. Has sido tenaz y constante. El camino del yoga lleva tu nombre. Tamba Fayia, T-Man.


DEP

Namaste, T-Man.

Ana Cortés